Era nuestro séptimo año en aquel lugar. Aquél fue un verano insoportable. Llevábamos semanas planificando nuestra fuga y aquél era el día. Y el momento era la hora más calurosa, después de almorzar, cuando todos dormían. Si algo salía mal, podríamos enfrentarnos a la peor de nuestras suertes.
Pero los gemelos jamás contamos con que, precisamente aquel día, mamá nos anunciara que había preparado uno de sus deliciosos pasteles de chocolate para la cena.
Muy bien preparada la intriga, y resuelta la sorpresa. Ejemplo en fin, de que las metas más soñadas se pueden cambiar por tentaciones incontrolables. Magnífico.
ResponderEliminarGracias, anónimo. Éste de las intrigas es uno de los juegos que permiten los micros (un juego muy usado, a veces demasiado) y, sí, estoy de acuerdo, muchas veces lo más nimio convertirse en una gran sorpresa.
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