¡Pero qué imbécil era! ¿Cómo podía haber derramado así el café? ¡¿No era capaz de hacer nada bien?!
Estaba sola en casa. Usó un trapo húmedo. Después fregaría. Miró el café en el suelo. Se quedó así un rato de pie, pensativa. Se arrodilló, pasó el trapo una vez. Se derrumbó, lloró. Apoyó su frente en el suelo, y de su alma se derramó todo el café. Era negro y amargo. Y hacía demasiado tiempo que se había enfriado.
Genial, nada que comentar. Podría derramárseme el alma.
ResponderEliminar¡Gracias! Y, en el fondo, a todos se nos derrama en más de una ocasión.
ResponderEliminar