La secretaria supo enseguida que iba a despedirlo, en el mismo momento en que el jefe le hizo ir a su despacho. A la calle, por holgazán y por beneficiarse a su mujer. Se había enterado, seguro.
Abandonó el despacho del jefe con una sonrisa golfa. No sólo se la pasaba holgazaneando y se beneficiaba a su mujer, sino que, además, el imbécil le ascendía.
Tras su puerta encerrado, nadie supo que el jefe también sonreía. Empleado feliz, mujer satisfecha. Y mujer satisfecha no te amarga la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Gracias por tu comentario! Este sitio se alimentó hoy gracias a ti.